MESA DE AUTOPSIAS: LAS ENFERMEDADES DE GALENO.

A mis nuevos estudiantes, para que estén alerta.

Suspendido entre la ciencia y el arte, el médico está en un cruce de caminos, ya que, por regla general, estas dos actividades humanas se consideran contradictorias”.

Andrzej Szczeklik, Catarsis. Sobre el poder curativo de la naturaleza y el arte. 2010.

 

            Como médico en general y como patólogo en particular, me dedico al estudio de las numerosas enfermedades que aquejan al ser humano y mi esfuerzo cotidiano se destina al diagnóstico de lesiones orgánicas que pueden ser reconocidas con el microscopio. Indagando en los tejidos de los vivos y de los que ya no lo son, atestiguo los efectos de herencias indeseables, desarrollos torcidos e infecciones fulminantes. Constato la expoliación a la que nos someten los parásitos, la invasión de los tumores malignos y las consecuencias de comer y beber como cavernícolas en pleno mundo moderno.

            Lo que no he hecho con la misma minuciosidad es estudiar y diagnosticar todas aquellas enfermedades que interfieren en nuestro quehacer profesional como médicos. No será por falta de casos, que los hay en abundancia, sino porque esta investigación representa un autoexamen de conciencia en el que corro el riesgo de reconocerme como enfermo y, tal vez, gravemente enfermo.

            Y no me refiero a enfermedades del cuerpo como una artritis deformante que le impide al cirujano operar con la destreza acostumbrada, sino a las del alma. He decidido llamar a este conjunto de afecciones las enfermedades de Galeno, no porque las cause el ejercicio profesional, sino porque impiden el óptimo desempeño del mismo.

            El catálogo de estos males es ya muy extenso e intentar abarcarlo en este escrito sería imposible. Aunque los nombres de las diferentes enfermedades y algunos de los términos con los que designo sus fenómenos reconocibles son fruto de mi imaginación, la descripción de su cuadro clínico se apega estrictamente a la realidad. Los trastornos que se leerán a continuación existen. Los síntomas y los signos los he ido registrando y documentando a lo largo de 20 años de paciente labor profesional.

            Decidí dividir este catálogo nosológico en las enfermedades que afectan primordialmente al estudiante de medicina y aquellas que se observan más claramente en el médico ya graduado. Desde luego que la frontera entre ambos grupos no siempre es nítida, como ocurre con la mayoría de los asuntos humanos. Empecemos con el primer grupo:

Atopia temprana: se caracteriza porque el estudiante universitario recién ingresado ignora las causas reales por las que empezó a estudiar medicina. No sabe qué demonios hace ahí (a = sin; topos = lugar). Acusa durante las primeras clases un desconcierto absoluto, ignora las más elementales bases de la biología y sólo piensa en la hora de salida. Se la pasa quejándose de lo mucho que siempre tiene que estudiar. Esta enfermedad constituye una pandemia en nuestros días. Sus efectos iniciales se limitan al afectado, que suele reprobar sistemáticamente casi todas las materias fundamentales de la carrera, sin embargo, si el enfermo llega a graduarse (lo que ocurre con singular frecuencia dado lo permisivo del sistema), se convierte en un peligro para la sociedad. Las causas pueden ser familiares, como el ejemplo o la insistencia de los padres, o provenir de otra fuente, como la deficiente formación vocacional o la errónea percepción que tiene el bachiller de la profesión médica.

Terquedad recurrente: complicación de la anterior, se reconoce porque el estudiante atópico insiste en estudiar medicina, a pesar de contar con evidencias suficientes de su incapacidad para hacerlo. Es justo este tipo de estudiante el que se convertirá en un médico anodino, un cirujano torpe o, lo que es peor, un profesional resentido.

Ataxia estudiantil: ignorando el sabio consejo de terminar la medicina general antes de especializarse, este tipo de estudiante sigue un rumbo incierto (de ahí la ataxia) y, tal vez impresionado por un profesor muy admirado, decide seguir sus pasos en la investigación de alguna molécula exótica. A veces, mediante un teléfono celular vinculado con el de su mentor, se convierte en el ayudante quirúrgico indispensable para su venerado maestro. La evolución a corto plazo es mala, con una caquexia intelectual galopante que impide todo intento serio por estudiar la carrera de medicina. En el mejor de los casos, seguirá siendo un buen ayudante toda la vida.

Altivez hereditaria: el afectado, con cierta frecuencia hijo de un prominente médico de la localidad y alentado por él, cree merecerlo todo. No se esfuerza por obtener el título, sólo se deja llevar empujado por la fama de su progenitor. Y no solamente eso. Exige a los profesores la calificación aprobatoria que no obtiene en los exámenes y, ocasionalmente, recurre al soborno para lograrla. ¡Pobre del maestro que se cruza en su camino!

            Aunque algunas de las dolencias que siguen son prolongación de las anteriores, suelen afectar de manera predilecta a los médicos ya recibidos. Veamos algunos ejemplos:

Abulia paralizante: aduciendo la eternidad de los principios adquiridos durante su formación, este médico general o especialista no vuelve a consultar un libro ni una revista profesional (si acaso lo hizo alguna vez) y procura no asistir a reuniones médicas so pena de introducir la duda sistemática en su inmóvil y pronto polvorienta estructura neuronal. Profundamente desconfiado ante los avances de su campo profesional, se retrae, cual cangrejo ermitaño amenazado, en el caparazón de su mente fosilizada.

Envidia neuroectodérmica primitiva: enfermedad tumoral maligna con alto potencial de diseminación a distancia,  cada día se informan casos nuevos y formas mutantes antes desconocidas. El pobre médico que la padece no tiene curación posible. La caracteriza una preocupación patológica por los logros de otros colegas. En el curso de la enfermedad se llega a perder el sueño y cunde una densa amargura que sólo disipan fugazmente los desaciertos ajenos. Si éstos no aparecen, el mal entra en la temida fase blástica o acelerada, con graves repercusiones para el propio ejercicio profesional. Por su ya mencionada capacidad de dar implantes a distancia, el enfermo recuerda a la fruta podrida que daña a las demás en la canasta. Es tal vez la causa que más entorpece el progreso de todo tipo de agrupaciones médicas.

Discrasia administrativa: aunque no exclusivo de la medicina institucional, este desorden suele observarse en los médicos del sector público. Son particularmente proclives a padecerla los que tuvieron atopia temprana, ya que encuentran en la burocracia un lugar estable para huir de una práctica profesional convencional que nuca les atrajo y que, en el fondo, les atemoriza. Los enfermos tienen una verdadera compulsión por redactar memoranda, diseñar planes estratégicos, delinear diagramas de flujo y  persiguen con encomiable ahínco todos los certificados ISO 9000 (o versiones subsecuentes) que pueden obtener.

Aparangoniasis: el agente etiológico de esta parasitosis es un gusano microscópico que vive en el cerebro de su huésped. Éste es siempre el médico recién llegado a la ciudad provinciana para practicar una especialidad novedosa de la que es el único representante local. Sin colegas con quienes comparar (parangonar) sus diagnósticos y prescripciones terapéuticas, pronto es infestado por el Aparangonimus soberbius que, al llegar al interior del encéfalo, obstruye el flujo del líquido cefalorraquídeo generando una sensación de hinchazón capital y, poco después, el edema masivo del ego que algunos han llamado egosarca. El afectado no reconocerá más verdad que la suya y considerará sus actos médicos como dotados de una infalibilidad casi papal. Encerrado en la torre de marfil de un conocimiento tan especializado como decreciente, poco a poco irá sabiendo cada vez más de menos, hasta que llegue otro colega mejor dispuesto que habrá de desplazarlo tarde o temprano.

            No se agota aquí la lista y confío que otros sigan con este afán clasificador. Así, no estará lejos el día en el que podamos contar para provecho del gremio con un verdadero tratado de todos aquellos padecimientos que nos impiden alcanzar la esencia de nuestra profesión.


4 respuestas a “MESA DE AUTOPSIAS: LAS ENFERMEDADES DE GALENO.

  1. Jajajaja, ah,doctor, qué buenas descripciones de enfermedades galénicas, me quedó el saco un poco en una que otra. Yo también inventaba enfermedades en un viejo blog de hace 10 años que borré. En cada post encuentro algo con qué identificarme con usted. Pienso en mi mismo, cuando sorprendí a propios y a extraños al anunciar que quería abandonar la Facultad de Filosofía y Letras y estudiar Medicina, para seguir conquistando el conocimiento que la humanidad ha ido heredándose a sí misma, pues estaba yo rebosante en mi ideal de hombre renacentista, interesado en todo (el último año de prepa lo cursé en área 1, pues en ese entonces yo decía que quería ser ingeniero civil, sentía que prometía yo debido a que mi materia favorita siempre fue matemáticas, desde la primaria, curiosamente siempre me fue mal en ciencias naturales y biología, las cuales siempre desprecié). Salté a filosofía con el pase automático reglamentado, a la facultad FFyL en C.U. Luego me costó trabajo entrar a Medicina, pues tuve que reestudiar mucho química y biología, sin la ventaja y disciplina que impone estudiar en escuela, con compañeros, en sociedad y en sana y rítmica competencia, ya que ahora tenía que hacer el examen de admisión como cualquier externo a la UNAM, a pesar de que yo he sido UNAM desde mis 12 años, pues cursé la «secu» en Prepa 2, que tiene el único programa de «Iniciación Universitaria», el equivalente a la educación secundaria. Adaptarme a un nuevo ambiente estudiantil me fue más difícil que entrar a la Facultad de Medicina. Definitivamente la competencia era más alta, el estudiante promedio de la Facultad de Medicina (hablo al menos de mi tiempo) me pareció más inteligente que el estudiante promedio de FFyL, con una mente más ágil, más creativa y más resoluta. Empecé a juntarme con los raros como yo, los desertores de otras carreras: arquitectura, antropología, psicología. Y también con los ajedrecistas (sufro de ajedrecismo), con quienes terminé haciendo una pequeña cofradía intelectual. En un principio nunca me identifiqué con el grueso de los estudiantes de medicina, con una personalidad menos esquizoide que la mía, desconfiados de mi por venir de la Facultad de Filosofía y «Yerbas», más vigorosos, con voluntad querer dominar, más soberbios (aparte tuve la mala suerte de colarme en el grupo más deseado, siendo el número 33 de poco más de mil nuevos ingresos, me senté junto a los compañeros de clase más competitivos que he tenido en toda mi vida, ahora ya casi todos ellos residentes o ya especialistas). Ese pasmo lo mantenía yo a distancia, disfrutando la totalmente nueva experiencia, sintiéndome incómodo por usar utensilios en un cadáver en clase de disección, sintiéndome menos, sintiéndome heredero de antiguos valores griegos, los cuales despreciaban los oficios manuales, bien sabe usted que se despreciaba a los cirujanos en tiempos de Hipócrates. Me sentí humillado cuando en clase de Embriología en primer año la profesora ginecóloga nos dejó de tarea ilustrar con papel y plastilina la notocorda y otras estructuras embriónicas. En fin, esas son cosas de estudiante.

    Solo resta esperar mantenerse lo más sano posible.

  2. Apreciado Alviseni:
    No hay razón para sentirse menos que otros. «Arrieros somos y en el camino andamos».
    Saludos.
    Luis Muñoz.

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