ESTA PROFESIÓN NO ES COMO LAS DEMÁS.

El día de la operación fui a ver al radiólogo muy temprano. ¿Sería así? ¿No me estaría equivocando? Esperaba oír una confirmación más de boca de mi colega, un especialista mayor que yo y de reconocido prestigio. Pero Stás K. estuvo un rato sin decir nada, hasta que al final me dijo: “Doctor, no espere de mí que le asegure nada. La radiología es la ciencia de las sombras”.

 Andrej Szczeklik. Core. Sobre enfermos, enfermedades y la búsqueda del alma de la medicina, 2012.

La verdad, es una pena. Entre nosotros, la profesión médica es cada vez más una herramienta, como puede haber otras, con fines casi exclusivamente crematísticos. Los ideales duran lo que la instrucción universitaria, si acaso un poco más. De manera insidiosa, el interés pecuniario va apoderándose del alma, arrebatando el espacio vital a los nobles propósitos que tal vez animaron en un principio al médico joven, sofocando la verdad, el bien y la belleza.

Es una pena, por ejemplo, que proliferen los cursos de marketing (mercadotecnia) para médicos. Inmersos ya no sólo en una economía de mercado, sino en una sociedad de mercado, todo se tasa en pesos y centavos, hasta lo que suponíamos que no tenía precio porque tenía dignidad. Y se somete a un riguroso cálculo económico lo que lleva en su esencia un sufrimiento que demanda atención, cuidado, solidaridad y alivio. La gratuidad, antes un precioso don, es ahora herejía.

Incluso lo que llamábamos investigación, esa búsqueda de conocimiento para saciar la curiosidad innata de todo ser humano. Ese buscar respuestas a las preguntas que surgen en el ejercicio cotidiano de la medicina. Hasta eso se ha vuelto una mera transacción comercial: “captar” pacientes para el protocolo –una suerte de asunto cinegético– porque, más allá de la ciencia y el humanismo, representan, aunque se niegue o se disimule con un discurso solidario, pingües beneficios para el investigador, para sus ayudantes y, sobre todo, para sus patrocinadores.

Desde luego, no se puede generalizar –que contengan sus airados reclamos los indignados y ofendidos–, pero casi, casi. Y es que es una lástima, ¡pues hay tanto en la profesión de bello y de bueno! Desde luego que hay santuarios, pero cada vez es más difícil encontrarlos. Incluso el sector público, dedicado a proteger a los más débiles, es un apetecible nicho mercantil que estimula la sialorrea de los inversionistas. Hoy la pobreza es el gran negocio.

La corrosión de lo noble tiene una fuerza avasalladora, una influencia tan irresistible como los cánticos de aquellas sirenas que enloquecieron a los compañeros de Odiseo. El que intenta resistir enfrenta dos destinos ineludibles: convertirse en un idealista exótico y excéntrico al que nadie hace caso, o ser desplazado más allá de los límites de la marginación para que su voz nunca sea escuchada. Vivimos sumergidos en las oscuras y espesas aguas de un mar que no conoce el sosiego, ansiando emerger para tomar una bocanada de oxígeno.

En La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad (Acantilado, 2015), Josep Maria Esquirol nos ofrece ese aliento tan deseado. En un capítulo inesperado, titulado Breve meditación médica, Esquirol nos descubre cuál es la condición del médico. Para ello toma como referencia al doctor Rieux, el protagonista de La peste, la novela escrita en 1947 por Albert Camus en torno a una epidemia de peste bubónica que ocurre en la ciudad norteafricana de Orán:

 

Rieux es un buen médico. Tiene conocimientos y experiencia, y humildad para reconocer sus límites […] Los síntomas parecen apuntar hacia la peste. Los políticos están acobardados e indecisos. Rieux, en cambio, se muestra muy honesto al reconocer la falta de certeza absoluta pero, a la vez, la total necesidad de actuar inmediatamente “como si” fuese la peste, dado que se trata de salvar vidas humanas y no de redactar una tesis de medicina […] Sabe que lo que importa son las personas en sus continuas situaciones de debilidad […] El médico Rieux es un hombre de acción, también de estudio, tenaz y comprometido, sin demasiadas autocomplacencias, y convencido de que su trabajo tiene sentido.

 

He aquí la esencia de la medicina: la atención de los seres humanos de carne y hueso, de los enfermos concretos. El ejercicio de la medicina no es una distracción, como tampoco es una transacción comercial. Es una entrega exigente a la que no puede responder cualquiera. Así se lo plantea en la España del siglo XII el viejo médico Avensole al joven aprendiz Maimónides en la novela de Herbert Le Porrier El médico de Córdoba (Grijalbo, 1977):

 

Uno no entra en la mujer con un miembro blando, como uno no entra en la existencia con un corazón jadeante […] No es obra que corresponda a Dios, sino a nosotros. Mira al herrero, al carpintero, al obrero, a todos los que batallan con la materia para darle forma, mira sus manos y comprenderás. Tendrás que permitir que los callos endurezcan tu alma, el nervio tu corazón y el acero tus venas, o de lo contrario irás a la deriva como una paja a merced del viento. A partir de mañana volverás a la casa hospitalaria. Aprenderás a apretar el pus, a limpiar la sanie, a aspirar la porquería, porque todo ello procede del hombre, y así está hecho. ¡Sí, muchacho! Quienes te han enseñado que el espíritu está en nosotros en estado puro se han burlado del tuyo. O tú dominas el mal o él te domina, he aquí el secreto de la vida […] Si no eres capaz de empaparte las manos hasta los codos, regresa a tus ensoñaciones y no te mezcles en trabajos de hombre.

 

De ahí que por más que las modas actuales traten de imponerle a la medicina la lógica empresarial y quieran evaluar el trabajo del médico aplicando los criterios de eficacia, eficiencia, calidez y calidad que utilizan por igual para medir las ventas de un supermercado o la producción de una fábrica de calcetines, no podremos sino esperar resultados erróneos y un daño a la profesión médica que amenaza con ser irreversible. Basta asomarse a las revistas de los aviones en donde se anuncian esos médicos-ejecutivos (todos guapos, de aspecto saludable, cuerpos delgados y atuendo impecable) que engrosan la lista de los selectos Best doctors con estos argumentos:

 

El 37% de los diagnósticos médicos y el 75% de los planes de tratamiento son modificados por nuestros expertos. Asegúrese de obtener el diagnóstico y tratamiento correctos.

Usted tiene acceso inmediato a los médicos que otros médicos han seleccionado como “los mejores”. Es más que una segunda opinión: es un modo personal y compasivo (¡¡!!) de que usted está haciendo lo mejor para usted mismo.

Nosotros recopilamos su expediente, sus radiografías y muestras de laboratorio. No tiene que viajar ni lidiar con el sistema de salud. Así, usted obtiene las respuestas que necesita y la paz mental que desea.

 

Lástima, es una pena, pero el ejercicio de nuestra profesión es otra cosa.

Lo que le pasa hoy a la medicina forma parte de un fenómeno mucho más amplio que abarca todas las facetas de vida humana. Regresando a Josep Maria Esquirol, hoy sufrimos lo que él llama el “dogmatismo de la actualidad”. ¿Cómo debemos resistirlo? Nos dice: “La verdadera resistencia a la actualidad consiste en no ceder al dogmatismo. No hay otra”.

 

Ya hemos dicho que el nihilismo, como el dios Jano, tiene dos caras: la del vacío y la del lleno. Dos caras que, en nuestra actualidad, hemos de saber descubrir; sólo así podremos resistir eficazmente. Aunque alimentando los dos frentes, los aliados del lleno son los sabihondos –con renovadas máscaras–, la “pantallización” del mundo y la ideología tecnocientífica (no la ciencia). Del vacío es aliado el “poder aprovechado”, la política servil con la actualidad que pretende y consigue ser absuelta del compromiso y la responsabilidad (“Nadie responde”).


Deja un comentario