Hace tres domingos escribí sobre Simone Weil, filósofa, escritora y mística francesa. Aquel país contó con otra mujer extraordinaria, si bien de orientación y actuación distintas, cuyo nombre y apellido pueden confundirse con el de la filósofa.
Simone Veil fue una poderosa combinación de rasgos aparentemente antagónicos. El periódico El País la describe así: “Judía y laica. De derechas y socialmente progresista. Patriota francesa y europeísta. Burguesa y comprometida con los derechos de los oprimidos. La compleja figura de Simone Veil (Niza, 1927-París, 2017) lleva décadas fascinando a los franceses”.
En 1944, Simone Veil fue detenida por los nazis junto con su madre y una de sus hermanas. Las tres fueron deportadas al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Así lo describe en el tercer capítulo (El infierno) de su autobiografía Una vida:
“Una mañana, cuando íbamos a trabajar, la jefa del campo, Stenia, una exprostituta terriblemente dura con las otras deportadas, me sacó de la fila: ‘Eres demasiado linda como para morir aquí. Voy a hacer algo por ti, te voy a enviar a otro lado´. Le respondí: ‘Sí, pero tengo una madre y una hermana. No puedo irme a otro lado si no vienen conmigo´. Y para mi sorpresa, ella estuvo de acuerdo: ‘Está bien, se irán contigo’.
Gracias a ese hecho inexplicable, ella y su hermana Milou sobrevivieron y regresaron a Francia. Su madre murió de tifus en el campo antes de la liberación. Su otra hermana, Denise, deportada al campo de Ravensbrück, sobrevivió, aunque con una salud muy frágil. Su padre y su hermano, también deportados a Ravensbrück, fueron asesinados por los nazis.
Simone estudió leyes y se convirtió en magistrada. Posteriormente, entró en la política y llegó a ser la primera presidenta del Parlamento Europeo. Cito nuevamente lo que publicó El País: “Veil fue una política difícil de clasificar, casi indescifrable. Siempre estuvo vinculada a la esfera conservadora, pero muchas veces incomodó a sus propias filas con sus ideas y su lucha para cerrar la brecha entre hombres y mujeres y entre ricos y pobres”.
Nombrada ministra de Salud en el gobierno del presidente Valéry Giscard d’Estaing, salvó de la quiebra al Instituto Pasteur. En 1975 logró que se despenalizara el aborto, lo que provocó en su contra airadas reacciones de los sectores sociales más conservadores. Les plantó cara sin temor.
Este es un fragmento del discurso de Simone Veil durante aquel debate parlamentario:
“La única certeza sobre la que podemos basarnos es el hecho de que una mujer no toma plena conciencia de que lo que lleva dentro de ella es un ser humano que un día será su hijo, hasta el día en que siente las primeras manifestaciones de esa vida. Y es, salvo para las mujeres que tienen una honda convicción religiosa, ese desfase entre lo que todavía no es más que una posibilidad sobre la que la mujer todavía no tiene sentimientos profundos y lo que significa un hijo desde el momento en que nace, lo que explica que algunas, que rechazarían con horror la eventualidad monstruosa del infanticidio, se resignan a considerar la perspectiva del aborto”.
Las palabras del presidente Valéry Giscard d’Estaing con motivo de aquel acontecimiento son un ejemplo preclaro de lo que significa vivir en un Estado laico. Ojalá nuestros legisladores estatales y federales tomasen nota:
“Yo soy católico, pero también soy presidente de una República cuyo Estado es laico. No tengo por qué imponer mis convicciones personales a mis conciudadanos, sino que debo procurar que la ley corresponda al estado real de la sociedad…, para que sea respetada y pueda ser aplicada. Comprendo perfectamente el punto de vista de la Iglesia católica y, como cristiano, lo comparto. Juzgo legítimo que la Iglesia pida a los que practican su fe respeten ciertas prohibiciones. Pero no corresponde a la ley civil imponerlas con sanciones penales al conjunto del cuerpo social”.